En 1996 aparece la primera edición de Arreglando
Ventanas Rotas: Restaurando el Orden y Reduciendo el Crimen en Nuestras
Comunidades, un libro escrito entre George L. Kelling y Catherine Coles que
pronto se convirtió en referente para los gobiernos municipales de carácter
conservador y progresista.
La teoría principal defendía que si en el
espacio público de las ciudades existía un edificio con una ventana rota, al
ver que el edificio no estaba habitado, los “vándalos” romperían todas las que
quedaban, más tarde ocuparían el edificio y por último acabarían destrozando el
interior. En resumen, el crimen de las ciudades era causa de la dejadez de los
barrios más pobres y no de las desigualdades sociales.
Diferentes gobiernos de todo signo político al
leer esta tesis comprendieron que podían eliminar los problemas de los barrios a
“golpe de remo” sin entrar a solucionar los problemas sociales que crean el
crimen. Cámaras de video vigilancia, control policial, parques urbanos
diseñados para que no exista vida pública, y un sin fin de iniciativas de corte
autoritario, a cada cual más original, para eliminar todo tipo de actividad
nociva para la vida comunitaria, desde la prostitución hasta las drogas,
pasando por los pequeños hurtos y la proliferación de bandas juveniles.
Evidentemente el graffiti no pasó
desapercibido, entró en aquella categoría de elementos a eliminar para evitar el
crimen y había que tratarlo como si fuera una ventana rota. Este hecho
demuestra abiertamente el carácter conservador de esta teoría y de las
políticas antigraffiti que provienen de ella, ya que un edificio con graffitis
crea delincuencia y sin embargo, un edificio con elementos modernistas y
vanguardistas de corte europeo al contrario, fama y glamour para la ciudad y
venta de guías turísticas con planos y fotografías a todo color.
Sé que dijimos, cuando presentamos el
proyecto, que no entraríamos en el eterno debate entre arte o vandalismo, pero
me parece tan sumamente clasista la actuación de las autoridades públicas y de
la opinión generada sobre el fenómeno social entorno al graffiti que me resulta
inevitable caer en el debate.
Para acabar solo queda añadir al más puro
estilo marxista, ¡Graffiteros del mundo, uníos! La ciudad es vuestra, no
os la dejéis arrebatar.